Por Guillermo
Oliveto - La lógica de la magia, más allá de los miles de artilugios posibles,
en el fondo se apoya sobre un patrón estructural bastante simple: desviar la
atención hacia un lado, mientras los hechos reales se suceden en otro. El
espectador obnubilado aplaude luego cuando es sorprendido, preguntándose una y
otra vez cómo fue que sucedió eso que no alcanza a comprender. El truco que el
contexto actual está preparando para los argentinos no parece ser uno que, una
vez develado, les vaya a causar demasiada gracia.
En su libro
Sistemas de identidad, publicado en 2008, el diseñador argentino Carlos
Carpintero advertía algo: no hay un único sentido en la conversación colectiva,
sino múltiples sentidos. Cada actor del sistema procura imponer su “verdad”
porque el sentido es, justamente, lo que está en el centro de la disputa en
tiempos de hiperconectividad. Quien gana la batalla simbólica y explicativa
incrementa su poder para orientar el devenir de los acontecimientos. En la era
de las fake news y la posverdad en la que vivimos, podemos comprender
plenamente lo que advertía Carpintero hace 15 años.
Como bien lo
detallaba el gran diseñador argentino Norberto Chávez en su exquisito ensayo
Marca, los significados de un signo identificador: “Una vez emitido el signo,
el emisor pierde el control de él: este cae bajo la soberanía decodificante del
receptor. Tal es, precisamente, el desafío clave de la comunicación humana. De
ahí la importancia de conocer o intuir certeramente los códigos que el receptor
pondrá en funcionamiento al recibir el mensaje”.
Ningún triunfo
discursivo es definitivo, solo parcial. El sentido es un flujo dinámico que se
desplaza en interrelación con los hechos. Cuando la brecha entre uno y otro se
vuelve demasiado grande y evidente, entra en acción la desconfianza, volviendo
a generar espacio para que otra versión del discurso domine la escena.
Durante todo el
verano, el gran emisor de sentido en nuestro país fue la política. Es tradición
que así suceda en los años electorales. Sobre todo en uno tan relevante como el
actual, cuando la gran mayoría de la población coincide en que “esto así no va
más”. Hace más de un año y medio que venimos detectando un in crescendo de este
sentimiento en nuestros estudios cualitativos del humor social. Hasta aquí
hablaban estrictamente del presente. Una situación cotidiana agobiante. Ahora
han comenzado a introducirle futuro a esa idea. Señalan con vehemencia que “hay
que pasar de página”.
La sociedad tiene
claro qué es lo que no quiere, aunque todavía resulte confuso definir con
claridad qué es lo que quiere, más allá del hartazgo que la invade. Afirma sin
medias tintas cuáles son las tres “íes” que hoy le quitan el sueño: inflación,
inseguridad e incertidumbre. Esta trilogía de la decepción aplasta la esperanza
y arrincona el entusiasmo conduciendo el imaginario colectivo hacia el fango de
la anomia.
Mientras los
ciudadanos con vocación de estar informados prestaban atención a lo que decía,
y sobre todo a lo que mostraba, la política, de pronto irrumpió un nuevo emisor
de sentido con la capacidad de convocar, por la razón o por la fuerza, a
mayores audiencias: la economía.
Hasta tanto los
políticos se decidan –no antes de mediados o fines de mayo– el tsunami de datos
económicos entrará en tensión con las especulaciones sobre las candidaturas
para dominar la conversación pública.
El punto es que,
ante la sobreabundancia, los datos suelen ser tratados como abstracciones un
tanto gélidas y vacías. Craso error. Cada uno de ellos tiene “mucha gente
adentro”.
Un cambio de
nivel
De todos los datos
que se publicaron la semana pasada, uno de los más salientes fue la suba del
costo de los alimentos en el Gran Buenos Aires: 10,2% de incremento en el mes
de febrero. Si el 6,6% de inflación general en todo el país comenzó a construir
la percepción de que el tema acaba de cambiar de nivel, ese 10% en el conurbano
bonaerense no hace más que afianzar la idea. No podemos todavía vislumbrar los
alcances sociales, económicos y políticos de este duro impacto, pero sí nos
permite pensar que “esto ya es otra cosa”.
Sería muy raro que
semejante cimbronazo resultara inocuo. Cuando una magnitud quiebra un umbral,
puede modificar las percepciones sociales de un modo disruptivo. Dicho de
manera sencilla: no era lo mismo 5,9% de inflación que 6,6% y mucho menos era
lo mismo que los alimentos estuvieran alineados con el promedio a que lo
superaran por más de 3 puntos, traspasando el límite implícito de los dos
dígitos.
Ecolatina midió
para la primera quincena de marzo una inflación del 7,1%. Su escenario base
para 2023 continúa siendo similar al del promedio de economistas que publica el
Banco Central: 100% de inflación anual y 0% de crecimiento. El pesimista prevé
una mayor suba de precios y recesión. La economía podría caer 3% este año. En
la misma línea se ubican las proyecciones de la gran mayoría de las consultoras
económicas. Eco Go tiene un escenario pesimista de -5% para el PBI. Casi todas
han empeorado sus pronósticos para el año que recién comienza a medida que la
sequía se agudiza: ya es casi un hecho que la pérdida por la menor cosecha
sería de alrededor de 20.000 millones de dólares y no de 15.000 millones de
dólares, como se preveía antes de la última ola de calor.
Los datos de la
economía “de la calle” empiezan a convalidar lo que están viendo los
economistas. Scentia acaba de publicar que en febrero volvió a caer el consumo
masivo en comparación con un año atrás: -1,1%. Ya lo había hecho en enero y
viene cayendo desde el último trimestre de 2022. Por ahora son guarismos
moderados. Pero si miramos lo que sucede en los autoservicios de barrio, donde
compran en mayor proporción los consumidores de menor poder adquisitivo, el
panorama se torna más preocupante: allí la caída es del 9% en el total país y
10% en el área metropolitana. Eso también es “otra cosa”.
Otro dato que vale
la pena monitorear es el de la construcción. Fue el primer sector de bienes
durables que comenzó a recuperarse de los efectos de la pandemia, durante la
misma pandemia. Ya crecía en junio de 2020 y lo hizo durante todo el segundo
semestre de aquel oscuro año.
El ciclo ascendente
no se detuvo desde entonces hasta ahora. No solo porque el encierro prolongado
generó el deseo de modificar el escenario sobre el cual se desenvolvía esa vida
tan limitada como agobiante, sino también porque en contextos de volatilidad
los argentinos ahorran en dólares o en ladrillos. Es sabido que esos ladrillos
que se pagan en pesos se presume que algún día serán viviendas que se cotizarán
en dólares.
En febrero el
índice Construya, que nuclea a las principales empresas del sector, muestra una
contracción interanual del 11%. En el primer bimestre fue del 5%. Y desde el
pico máximo alcanzado en agosto de 2022, la contracción es del 26%. Es bien
sabido en la praxis de la economía real que la construcción es un gran
predictor para anticipar la dinámica futura del ciclo económico.
Sin conocer
necesariamente estos datos, las personas que entrevistamos en nuestros focus
groups de diciembre nos decían, a modo de balance del año que concluía: “Algo
pasó en las vacaciones de invierno”. Tenían razón. Desde la devaluación del mes
de julio, la economía comenzó a emitir señales de mayor fragilidad. Tenues al
principio, más agudas sobre finales de 2022 y algunas, como vemos, inquietantes
en este comienzo de 2023.
Las oportunidades
para el país siguen estando ahí. Lo sabemos. Desde la energía y el litio hasta
el agro, el software y el turismo, entre tantas otras. En lo social, vale la
pena señalar algo: a pesar del sentir generalizado y de los “esfuerzos” que
realiza el contexto por derrumbarlos, los valores arquetípicos de clase media que
sostienen el andamiaje del ser nacional todavía están en pie. Esa es la última
línea de defensa de una sociedad que asiste pasmada a una degradación que juzga
sin precedentes.
Es cierto, esos
ideales están magullados y apáticos, pero se mantienen dispuestos a ser
convocados. La mayor parte de los ciudadanos sigue creyendo en el trabajo, el
esfuerzo y la educación como la manera de progresar y recuperar la histórica
movilidad social ascendente. Incluso una buena parte de los que reciben planes
sociales se han dado cuenta de que allí no hay más que mera supervivencia.
Nada será fácil
Hay motivos, tanto
económicos como sociales y culturales, para tener una “esperanza realista”. Es
decir creer en que las cosas pueden mejorar, pero con los pies en la tierra. Sin
perder el pragmatismo y la conciencia de las enormes dificultades que hay por
delante. Sabiendo que no va a ser nada fácil y que va a llevar tiempo.
Para llegar a 2024,
primero habrá que cruzar 2023. Mientras se esperan las definiciones de la
política, para las que falta muy poco y una “eternidad” a la vez, convendría
hacer foco en todo lo que tiene para decir una economía que promete “seguir
hablando” y mucho.
En el lapso que nos
llevará desde ahora hasta junio, cuando se anuncien formalmente las candidaturas,
los signos económicos y las múltiples interpretaciones de los significados de
cada uno batallarán por imponerse y ganar la mente y el sentir de los distintos
fragmentos de la ciudadanía . La pelea semántica procurará aglutinar a alguna
mayoría capaz de coincidir en el sentido que esos signos y sus significados
construyen. Y desde ahí definir el territorio simbólico para interpelar a los
votantes. Queda mucho por ocurrir, por decodificar y por explicar.
Llegará entonces,
sí, el tiempo de lo electoral. En qué contexto económico, con qué nivel y
patrones de consumo y bajo qué humor social se desarrollará la campaña es algo
que todavía está por verse. Podría ser bastante diferente a lo imaginado
inicialmente. Al menos es una hipótesis que no debe descartarse. De mínima,
sería algo similar o un poco peor que lo de hoy, en el mejor de los escenarios.
Lo cual no es poco decir.
Será bajo esas
circunstancias que tanto los políticos como las marcas deberán emitir sus
signos y procurar que los significados interpretados por electores y
consumidores se acerquen a lo pretendido por ellos.
Batallar por el
sentido en un contexto tan enrevesado, frágil, cambiante y volátil exigirá
sutileza y precisión.ß |