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Todos miran la política; habló la economía
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Texto informativo: 20/03 - 07:44 La Nación
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Por Guillermo Oliveto - La lógica de la magia, más allá de los miles de artilugios posibles, en el fondo se apoya sobre un patrón estructural bastante simple: desviar la atención hacia un lado, mientras los hechos reales se suceden en otro. El espectador obnubilado aplaude luego cuando es sorprendido, preguntándose una y otra vez cómo fue que sucedió eso que no alcanza a comprender. El truco que el contexto actual está preparando para los argentinos no parece ser uno que, una vez develado, les vaya a causar demasiada gracia.

En su libro Sistemas de identidad, publicado en 2008, el diseñador argentino Carlos Carpintero advertía algo: no hay un único sentido en la conversación colectiva, sino múltiples sentidos. Cada actor del sistema procura imponer su “verdad” porque el sentido es, justamente, lo que está en el centro de la disputa en tiempos de hiperconectividad. Quien gana la batalla simbólica y explicativa incrementa su poder para orientar el devenir de los acontecimientos. En la era de las fake news y la posverdad en la que vivimos, podemos comprender plenamente lo que advertía Carpintero hace 15 años.

Como bien lo detallaba el gran diseñador argentino Norberto Chávez en su exquisito ensayo Marca, los significados de un signo identificador: “Una vez emitido el signo, el emisor pierde el control de él: este cae bajo la soberanía decodificante del receptor. Tal es, precisamente, el desafío clave de la comunicación humana. De ahí la importancia de conocer o intuir certeramente los códigos que el receptor pondrá en funcionamiento al recibir el mensaje”.

Ningún triunfo discursivo es definitivo, solo parcial. El sentido es un flujo dinámico que se desplaza en interrelación con los hechos. Cuando la brecha entre uno y otro se vuelve demasiado grande y evidente, entra en acción la desconfianza, volviendo a generar espacio para que otra versión del discurso domine la escena.

Durante todo el verano, el gran emisor de sentido en nuestro país fue la política. Es tradición que así suceda en los años electorales. Sobre todo en uno tan relevante como el actual, cuando la gran mayoría de la población coincide en que “esto así no va más”. Hace más de un año y medio que venimos detectando un in crescendo de este sentimiento en nuestros estudios cualitativos del humor social. Hasta aquí hablaban estrictamente del presente. Una situación cotidiana agobiante. Ahora han comenzado a introducirle futuro a esa idea. Señalan con vehemencia que “hay que pasar de página”.

La sociedad tiene claro qué es lo que no quiere, aunque todavía resulte confuso definir con claridad qué es lo que quiere, más allá del hartazgo que la invade. Afirma sin medias tintas cuáles son las tres “íes” que hoy le quitan el sueño: inflación, inseguridad e incertidumbre. Esta trilogía de la decepción aplasta la esperanza y arrincona el entusiasmo conduciendo el imaginario colectivo hacia el fango de la anomia.

Mientras los ciudadanos con vocación de estar informados prestaban atención a lo que decía, y sobre todo a lo que mostraba, la política, de pronto irrumpió un nuevo emisor de sentido con la capacidad de convocar, por la razón o por la fuerza, a mayores audiencias: la economía.

Hasta tanto los políticos se decidan –no antes de mediados o fines de mayo– el tsunami de datos económicos entrará en tensión con las especulaciones sobre las candidaturas para dominar la conversación pública.

El punto es que, ante la sobreabundancia, los datos suelen ser tratados como abstracciones un tanto gélidas y vacías. Craso error. Cada uno de ellos tiene “mucha gente adentro”.

Un cambio de nivel

De todos los datos que se publicaron la semana pasada, uno de los más salientes fue la suba del costo de los alimentos en el Gran Buenos Aires: 10,2% de incremento en el mes de febrero. Si el 6,6% de inflación general en todo el país comenzó a construir la percepción de que el tema acaba de cambiar de nivel, ese 10% en el conurbano bonaerense no hace más que afianzar la idea. No podemos todavía vislumbrar los alcances sociales, económicos y políticos de este duro impacto, pero sí nos permite pensar que “esto ya es otra cosa”.

Sería muy raro que semejante cimbronazo resultara inocuo. Cuando una magnitud quiebra un umbral, puede modificar las percepciones sociales de un modo disruptivo. Dicho de manera sencilla: no era lo mismo 5,9% de inflación que 6,6% y mucho menos era lo mismo que los alimentos estuvieran alineados con el promedio a que lo superaran por más de 3 puntos, traspasando el límite implícito de los dos dígitos.

Ecolatina midió para la primera quincena de marzo una inflación del 7,1%. Su escenario base para 2023 continúa siendo similar al del promedio de economistas que publica el Banco Central: 100% de inflación anual y 0% de crecimiento. El pesimista prevé una mayor suba de precios y recesión. La economía podría caer 3% este año. En la misma línea se ubican las proyecciones de la gran mayoría de las consultoras económicas. Eco Go tiene un escenario pesimista de -5% para el PBI. Casi todas han empeorado sus pronósticos para el año que recién comienza a medida que la sequía se agudiza: ya es casi un hecho que la pérdida por la menor cosecha sería de alrededor de 20.000 millones de dólares y no de 15.000 millones de dólares, como se preveía antes de la última ola de calor.

Los datos de la economía “de la calle” empiezan a convalidar lo que están viendo los economistas. Scentia acaba de publicar que en febrero volvió a caer el consumo masivo en comparación con un año atrás: -1,1%. Ya lo había hecho en enero y viene cayendo desde el último trimestre de 2022. Por ahora son guarismos moderados. Pero si miramos lo que sucede en los autoservicios de barrio, donde compran en mayor proporción los consumidores de menor poder adquisitivo, el panorama se torna más preocupante: allí la caída es del 9% en el total país y 10% en el área metropolitana. Eso también es “otra cosa”.

Otro dato que vale la pena monitorear es el de la construcción. Fue el primer sector de bienes durables que comenzó a recuperarse de los efectos de la pandemia, durante la misma pandemia. Ya crecía en junio de 2020 y lo hizo durante todo el segundo semestre de aquel oscuro año.

El ciclo ascendente no se detuvo desde entonces hasta ahora. No solo porque el encierro prolongado generó el deseo de modificar el escenario sobre el cual se desenvolvía esa vida tan limitada como agobiante, sino también porque en contextos de volatilidad los argentinos ahorran en dólares o en ladrillos. Es sabido que esos ladrillos que se pagan en pesos se presume que algún día serán viviendas que se cotizarán en dólares.

En febrero el índice Construya, que nuclea a las principales empresas del sector, muestra una contracción interanual del 11%. En el primer bimestre fue del 5%. Y desde el pico máximo alcanzado en agosto de 2022, la contracción es del 26%. Es bien sabido en la praxis de la economía real que la construcción es un gran predictor para anticipar la dinámica futura del ciclo económico.

Sin conocer necesariamente estos datos, las personas que entrevistamos en nuestros focus groups de diciembre nos decían, a modo de balance del año que concluía: “Algo pasó en las vacaciones de invierno”. Tenían razón. Desde la devaluación del mes de julio, la economía comenzó a emitir señales de mayor fragilidad. Tenues al principio, más agudas sobre finales de 2022 y algunas, como vemos, inquietantes en este comienzo de 2023.

Las oportunidades para el país siguen estando ahí. Lo sabemos. Desde la energía y el litio hasta el agro, el software y el turismo, entre tantas otras. En lo social, vale la pena señalar algo: a pesar del sentir generalizado y de los “esfuerzos” que realiza el contexto por derrumbarlos, los valores arquetípicos de clase media que sostienen el andamiaje del ser nacional todavía están en pie. Esa es la última línea de defensa de una sociedad que asiste pasmada a una degradación que juzga sin precedentes.

Es cierto, esos ideales están magullados y apáticos, pero se mantienen dispuestos a ser convocados. La mayor parte de los ciudadanos sigue creyendo en el trabajo, el esfuerzo y la educación como la manera de progresar y recuperar la histórica movilidad social ascendente. Incluso una buena parte de los que reciben planes sociales se han dado cuenta de que allí no hay más que mera supervivencia.

Nada será fácil

Hay motivos, tanto económicos como sociales y culturales, para tener una “esperanza realista”. Es decir creer en que las cosas pueden mejorar, pero con los pies en la tierra. Sin perder el pragmatismo y la conciencia de las enormes dificultades que hay por delante. Sabiendo que no va a ser nada fácil y que va a llevar tiempo.

Para llegar a 2024, primero habrá que cruzar 2023. Mientras se esperan las definiciones de la política, para las que falta muy poco y una “eternidad” a la vez, convendría hacer foco en todo lo que tiene para decir una economía que promete “seguir hablando” y mucho.

En el lapso que nos llevará desde ahora hasta junio, cuando se anuncien formalmente las candidaturas, los signos económicos y las múltiples interpretaciones de los significados de cada uno batallarán por imponerse y ganar la mente y el sentir de los distintos fragmentos de la ciudadanía . La pelea semántica procurará aglutinar a alguna mayoría capaz de coincidir en el sentido que esos signos y sus significados construyen. Y desde ahí definir el territorio simbólico para interpelar a los votantes. Queda mucho por ocurrir, por decodificar y por explicar.

Llegará entonces, sí, el tiempo de lo electoral. En qué contexto económico, con qué nivel y patrones de consumo y bajo qué humor social se desarrollará la campaña es algo que todavía está por verse. Podría ser bastante diferente a lo imaginado inicialmente. Al menos es una hipótesis que no debe descartarse. De mínima, sería algo similar o un poco peor que lo de hoy, en el mejor de los escenarios. Lo cual no es poco decir.

Será bajo esas circunstancias que tanto los políticos como las marcas deberán emitir sus signos y procurar que los significados interpretados por electores y consumidores se acerquen a lo pretendido por ellos.

Batallar por el sentido en un contexto tan enrevesado, frágil, cambiante y volátil exigirá sutileza y precisión.ß

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